Según el YOUCAT una virtud es: una actitud interior, una disposición estable positiva, una pasión puesta al
servicio del bien.
La virtud para que sea virtud tiene que ser habitual, y no un acto esporádico,
aislado. Es como una segunda naturaleza a la hora de actuar, pensar,
reaccionar, sentir. Lo contrario a la virtud es el vicio, que es también un
hábito adquirido por la repetición de actos contrarios al bien.
Ser
perfectos como nuestro padre celestial es perfecto (mateo 5,48).
Es decir
tenemos que transformarnos hacia DIOS. Con nuestras fuerza humana solo somos
capaces parcialmente, pero DIOS apoya con su gracia las virtudes humanas y
además nos regala también las virtudes teologales con cuya ayuda alcanzamos con
seguridad el camino hacia el Espíritu Santo.
¿Por qué Dios
no da las virtudes? Dios nos dio estas virtudes para que seamos capaces de
actuar a lo divino, es decir, como hijos de Dios, y así contrarrestar los impulsos
naturales inclinados al egoísmo, comodidad y placer.
Hay dos tipos de virtudes:
ADQUIRIDAS:
- - TEMPLAZA.
- - FORTALEZA.
- - JUSTICIA.
- - PRUDENCIA.
INFUNDADAS:
- - CARIDAD.
- - FE.
- - ESPERANZA.
Actividades:
1 Juego del afiche: pasa un chico mueve la
bolsa saca una palabra y la coloca donde le parece que va. Explicándola porque
la puso ahí.
2 Juegos de preguntas: caridad- ¿hacia quien?. Fe- ¿como la alimentas?. Cuál es la esperanza del cristiano.
3 Pregunta a los chicos: ¿porque
creen ustedes que DIOS nos dio las 3 no 2 o 1?
4 Leer el cuento y hacer las preguntas.
CUENTO:
“Las 3 piedras”
Cuentan que el primer árabe que cruzó
el desierto se encontró junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable
que le preguntó:
— Joven, ¿A dónde vas?
— Quiero cruzar el desierto.
El anciano quedó pensativo un momento
y añadió.
— Deseas algo difícil. Para cruzar el
desierto te harán falta tres cosas. Toma estas piedras. Este topacio es la fe,
amarillo como las arenas del desierto, esta esmeralda es la esperanza, verde
como las hojas de las palmeras, y este rubí, es la caridad, rojo como el sol de
poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el oasis de Náscara, donde
vivirás feliz. Pero no pierdas ninguna de las piedras, si no, no llegarás a tu
destino.
El hombre se puso en camino y recorrió
miles y miles de leguas a través de las dunas amarillentas sobre su camello.
Un día le asaltó una duda:
— ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y
si no existiera el oasis que me prometió y el desierto no tuviera fin?.
Ya iba a volverse cuando notó que algo
se le había caído sobre la arena. Era el topacio. El joven se bajó para cogerlo
y pensó:
— No, no. Tengo que confiar en la
promesa del anciano. Seguiré mi Camino.
Pasaron muchos días. El sol, el
viento, el frío de la noche le iban agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una
palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin. Ya iba a dejarse caer
del camello para aguardar la muerte bajo su sombra, cuando notó que se la caía
algo al suelo. Era la esmeralda. El joven se bajo a recogerla y se dijo:
— Tengo que ser fuerte, tal vez, un
poco más allá estará el oasis. Si no sigo, moriré sin remedio. Mientras tenga
un soplo de vida seguiré.
Continúo el joven el camino, cuando
encontró un pequeño charco de agua junto a una palmera. Ya iba a lanzarse sobre
el charco, cuando vio los ojos de su camello suplicantes y tiernos como los de
un hombre pidiendo, el agua. Pensó entonces que debería tener piedad del animal
desfallecido, pues él aún podía resistir, y dejó que bebiera aquellos pocos
sorbos.
Cuál no sería su asombro cuando el
camello cayó muerto a sus pies. El agua estaba corrompida. En el suelo notó el
joven que brillaba el rubí y lo recogió, dando gracias al cielo por haber
recompensado su generosidad con el camello.
Al alzar la vista, vio a lo lejos unas
palmeras. Era el oasis de Náscara. Al llegar, encontró junto a una limpia
fuente, al anciano de la cueva que le sonrió alegremente.
— Has llegado a tu destino puesto que
has conservado las tres piedras preciosas. La fe, la esperanza y la caridad.
¡Ay de ti si hubieras perdido alguna, hubieras perecido sin remedio!
El anciano después de darle agua
fresca y dátiles, se despidió del joven diciéndole:
— Guarda siempre durante tu vida,
junto a tu corazón, el topacio, la esmeralda y el rubí. Así llegarás hasta el
paraíso. Nunca los pierdas.
Preguntas del cuento:
- ¿En qué se parece la vida de un hombre a la de quien quiere cruzar un desierto?
- “Tengo que confiar en la promesa del anciano”: ¿En quién confía cada uno? ¿Y en qué?
- Seguiré mi camino... mientras tenga un soplo de vida, seguiré: ¿En qué situaciones hemos dicho lo mismo o nos gustaría decirlo?
- Ha llegado al oasis, pero tiene que seguir caminando hasta el paraíso, aquel que estaba al principio y sólo encontraremos al final. ¿Qué piedras lleva cada uno en ese camino? ¿Cómo las conserva?
Roberto Pereyra | Gisel Vicentini | Milagros Sisterna

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